La casa de Cristina estaba sobre el paseo marítimo. Antigua , soleada y con vistas a un mar interior siempre manso . La escalera de caracol, chirriante y empinada, conducía a un vestíbulo iluminado durante el dia con luz natural que penetraba a través de una alta claraboya.
Al entrar , con la primera bocanada de aire , siempre me invadía un intenso olor dulzón y húmedo que provocaba en mí una efervescencia caliente cuyo efecto final ya podia intuir desde el primer momento.
Los viernes por la tarde quedábamos a tomar café que , casi siempre , iba acompañado de unos cuantos chupitos de un whisky barato que solía llevar yo , por aquello de no parecer demasiado gorrón.
Cristina era una chica del tipo que podríamos denominar raza rubia nacional: pelo trigueño, ojos azules , anchas espaldas , pantorrillas fuertes y unas tetas de sólida arquitectura con un frontal que se deslizaba en curva sinusoide rematando en unos pezones que , permanentemente , amenazaban debajo de las camisetas ajustadas que vestía en cualquier época del año.
- Cristina,¿ tienes frío o te alegras de verme?
- Eso , mejor , pregúntatelo tú. ¿ Qué aflora por ahí abajo, la estilográfica o la navaja que te regaló tu padre?
Cristina era así, descarada , con un sorprendente desparpajo que , en cierto sentido, me hacía sentir inseguro pero , por otra parte , me estimulaba de un modo incontrolable.
Cuanto más poderosa la veía , más deseos tenía de dominarla.
Semana tras semana repetíamos el mismo ritual : beso de bienvenida en sus diferentes gamas - dulce, frio, agresivo,...- varios cafés, unos cuantos tragos , charleta de compromiso y , si la atmósfera era la adecuada , destapábamos la caja de los truenos
Si las cosas iban bien; y solían ir muy bien la mayoría de las veces, pronto emprendíamos la ruta de su habitación donde nos esperaba una cama ancha como de matrimonio de gordos , quizás demasiado alta para su estatura, con un cabecero de hierro forjado que siempre me pareció un poco hortera.
Tras las cortinas que protegían la ventana dejando la habitación envuelta en una suave penumbra, se adivinaba un paisaje evocador que , por alguna razón que no sabía explicar , me hacía sentir nostalgia de otras épocas de mi vida.
El silencio , solo perturbado por el sonido lejano de algunas aves marinas , era como un bálsamo para mi atormentada mente y , a la vez, me provocaba un irrefrenable deseo de amar a Cristina , de fundirme en sus abismos diluyéndome en el magma que acababa brotando de su interior.
- ¿Vamos a la ducha , corazón?
Cristina tenía una cierta obsesión por la higiene .
Al principio me parecía algo exagerado e innecesario pero pronto me dí cuenta de que era un arma más en sus manos para conseguir mi rendición sin pelea. Me enjabonaba , me acariciaba , hurgaba en todos mis recovecos . Parecía que nada importaba porque , en definitiva, todo se lo llevaba el agua.
Yo me dejaba hacer y , casi sin notarlo, perdía cualquier recato, abandonaba mi habitual cautela de escrupuloso crónico y, de repente y sin excepción, reventaba en una locura frenética.
El camino a la habitación era una travesía de la jungla . Toallas empapadas, tropezones contra los muebles, risas, gemidos y , finalmente, la meta en forma de sábanas de algodón siempre impregnadas de un dulce aroma a lavanda que, seguro, era el efecto de un exceso de suavizante .
Todo parecía tan pulcro, tan aséptico con Cristina, que era muy fácil sumergirse en sus profundidades sin demasiados miramientos.